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los que me entienden y me sigen

12 sept 2011

etapas del amor


Primera etapa, la ceguera. Todo en esa persona te resulta atractivo. Te gusta como sonríe. Te gusta su corte de pelo, aunque no sea el más moderno. Te gusta como se viste, aunque no sepa combinar los colores. Te gustan sus silencios. Te gustan sus ojos cuando mira la nada misma. Te gusta su cara, sus dedos, sus manos, te gusta todo de esa persona. Quizá no se lo dices, pero se lo haces saber con un gesto cariñoso, un beso inesperado. Como es obvio, tú y esa persona están juntos hace poco. Se aman. Se desean. No has encontrado todavía (ojo en esta aclaración, todavía) nada en él que te parezca irritante o raro. Su cuerpo y el tuyo, su espíritu y el tuyo armonizan naturalmente. Ya se enamoraron. Ya están juntos. El mundo se puede acabar. De pronto lo demás pasa a un segundo plano. Le restas importancia a todo lo que te rodea porque ahora estás con el amor de tu vida. Es un amor que nunca antes habías tenido y que durará para siempre.
Segunda etapa, la rutina. Ya llevan alrededor de dos años juntos. La locura/excitación/emoción de esos primeros días ha cesado. De pronto todo es levemente menos intenso. Cuando te besa no ves estrellitas, pero no parece ser un problema, porque ya sabes lo que él o ella va a hacerte luego y sabes que lo vas a  disfrutar. De hecho, tú también sabes lo que a esa persona le gusta y lo que no, así que has encontrado la manera de tener una relación relativamente sana. Evitando ciertos temas y abordando con mayor pasión ciertos otros, parece ser una buena manera de dejar las peleas de lado. Esta es la etapa en la que, si son una pareja poco peleona, reina la tranquilidad. Están en su casa o en la tuya y están echados viendo televisión y él de pronto dice que va a ducharse y luego sale en calzoncillos y tú volteas a mirar unos breves segundos y luego regresas los ojos al televisor.
Muchas parejas se quedan en esta etapa de por vida. Muchas no lo logran. La mayoría de veces la persona no sabe que esta es una etapa crucial en el amor de pareja. Es una curva cerrada. No todos la pasan.
Esta es la etapa en que alguien de los dos empieza a quejarse. “Siempre hacemos lo mismo”, “Nunca salimos”, “Eres un aburrido”. Entonces la otra persona, tratando de atender las quejas de su amado o amada, recurre a la tan frecuente e ilusa idea de hacer las cosas que hacían antes, cuando se divertían juntos. Él manda flores, ella se compra lencería. Algunos, más intrépidos, siguiendo los consejos de ciertas revistas de moda, que dan consejos de cómo volver a “encender la llama del amor”, le mandan a su pareja al celular un mensaje erótico. “Estoy **** en la **** te espero **** y lo quiero ****”.
Error. Uno no puede retroceder etapas. Siempre es bueno recordarlo. Además, nunca me ha parecido buena idea atropellar a otra persona con un mensaje erótico a una persona, cuando está en medio del trabajo, o en la universidad, donde fuera.
Hay quienes se resignan y no se quejan. Entienden que la vida está llena de altibajos y uno no puede pretender siempre actuar en una película amorosa en la que siempre la pareja termina reconciliándose sobre la lavadora de ropa, mientras los niños duermen en el segundo piso. Esas, las personas que uno tiende a ver el gras más verde del otro lado, y que ese pasto más verde es solo una ilusión que no se convertirá en realidad incluso si las cosas no fueran como son en ese momento, esas son las personas que se mantienen en pareja largo tiempo. Quizá toda la vida.
Pero eso es poco usual. Lo común es que la gente se queje. Regañe, llore a gritos, rompa platos. Haga de su vida un drama. Es común también que para entonces uno de los dos haga algo que lastime al otro. Un engaño, una mentira, un desaire, una humillación. Lo que fuera. Cualquier motivo es bueno para empezar con el melodrama. “Tú me prometiste…”, “Me mentiste”, “Esto se llama traición”, “Cómo pudiste”, y sigue la lista. Por eso creo que no es bueno hacer promesas. Porque tarde o temprano uno termina incumpliéndolas y la otra persona lo toma como si fuera el fin del mundo.
Y ahí viene la tercera etapa: El desencanto.
Simplemente empiezas a mirar a tu pareja de manera distinta. De pronto su pelo parece más desprolijo. Su sonrisa la sientes impostada. La ropa no combina. Es todo un desastre. Todo lo que al principio te encantaba de él o de ella ahora ya no te parece tan genial. Encuentras que se come las uñas, que no se cepilla bien los dientes, que se pone siempre el mismo perfume. A tus ojos, esa persona es alguien de quien hace mucho te enamoraste y la creías perfecta, y ahora, la sigues amando igual, pero te das cuenta de que quizás no es tan genial como tú pensabas.
Este es el primer momento en el que se te pasa por la mente terminar con él o con ella. Alejarte un tiempo al menos. Tomar aire. A ver qué pasa.
Muchas parejas terminan entonces. Se dan cuenta de que esa persona no es la que ellos habían conocido. O mejor dicho, se dan cuenta de quién es realmente esa persona. Solo que los seres humanos tendemos a pensar lo primero, para no sentirnos unos idiotas.
Pero hay quienes continúan. Quienes resisten o persisten. No quieren aceptar que eso ya se terminó y quieren seguir atados a ese amor, pero como ya no es lo mismo que antes, entonces viene la siguiente etapa: La indiferencia.
De pronto, todos esos defectos que veías en esa persona, ya no te parecen tan malos. De pronto tomas una actitud como de soldado que ha venido de la guerra, es decir: resignación total. Ya sabes cómo es esa persona y si no se viste bien, si no es tan guapo como antes, si le gustan las motos y a ti no, si le gusta desaparecer misteriosamente de noche, si de pronto apaga el celular cuando está afuera, no importa, lo dejas nomás. Total, es su vida, que haga lo que quiera, piensas.
Entonces tú también empiezas a salir por tu lado. A buscar tu diversión por cuenta propia. Lo único que parece importar entonces es que tú y esa persona tienen todavía el título de “novios”, “esposos”, “amantes”, lo que fuera. Tienes la tranquilidad mental de que aún siguen siendo algo. No importa que ya no tengan nada en común, se vean una vez por semana, o no se toquen en meses. Tienen el título en la frente y eso es lo que importa.
Pero eso, tarde o temprano (más temprano que tarde en realidad), termina por llevar a tu relación de pareja a la quinta etapa: El agobio.
Lo ves una vez por semana pero simplemente no-lo-aguantas. No toleras escuchar el sonido de su respiración, el sonido que hace cuando masca chicle, cuando toma un trago de agua y suena glup en su garganta. Sabes que esto último lo haces tú también y que fisiológicamente uno no puede evitar hacerlo, pero igual detestas que esté a tu lado. Todo es motivo de pelea. Ya no estás dispuesto o dispuesta a hacer concesiones. Estás harta y quieres terminar. Solo quieres eso.
Pero mientras miran televisión, tú lo miras de reojo y te preguntas y estará pensando lo mismo que tú.
Entonces viene la sexta y última etapa: El tormento. Te atormentas pensando cuándo decírselo, cómo decírselo, si realmente decírselo. Es probable que en el fondo de tu corazón aún lo ames un poco, pero ya todo está perdido. Cada vez que viene a contarte una de sus historias de motociclista novato, cada vez que intenta besarte y tú lo rechazas con suavidad, cuando vuelve a pasar el agua y vuelve a sonar glup dices basta. Hasta acá hemos llegado.
Entonces terminas con esa persona. Lloras, porque en el fondo y no tan en el fondo te da pena que las cosas hayan terminado así. Te encierras en tu cuarto, prendes un cigarro y escuchas canciones de amor no correspondido y recuerdas la cara de esa persona de la que alguna vez te enamoraste con locura, piensas en los momentos felices y no puedes hacer otra cosa que llorar, que pensar que la vida no sirve, que el amor no existe, que nunca más deberías volverte a enamorar.
Pero como en la vida todo pasa. Pasa una semana, pasan dos. Pasa un año y un día te encuentras a esa persona en la calle y de pronto te sorprendes al ver que está lleno de piercings y tatuajes y tiene el pelo peinado con gel, y mientras descubres que todo ese tiempo había sido un punk en el closet, piensas: ¿Cómo mierda no me di cuenta antes?

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